R. Schwart y D. Perkins




 
 
 
Entrevista a Robert Schwart



David Perkins. Los 7 principios del aprendizaje pleno

(Del blog http://enlaescuela.aprenderapensar.net/)
Dos libros traducidos al castellano:
El profesor Perkins, profesor e investigador en la Universidad de Harvard, es fundador del Project Zero y co-autor de numerosos libros (uno de ellos, Teaching Thinking: Issues and Approaches, junto a Robert Schwartz, a quien también dedicamos una serie en este blog), y ha participado en numerosos programas de innovación pedagógica de larga duración en Harvard.
 
“Aprendizaje pleno” es la traducción para “making learning whole”, es decir, algo así como “hacer del aprendizaje un todo”. Es también el título de de su último libro, publicado por la editorial argentina Paidós, y en él Perkins desgrana “los siete principios” del aprendizaje pleno.
A lo largo de su intervención, en la que se mostró cercano y con un gran sentido del humor, utilizó el béisbol como metáfora para ilustrar su teoría del aprendizaje. Especificó que la misma metáfora podía construirse con cualquier otro deporte, habilidad o actividad que hubiéramos aprendido a desempeñar más o menos bien: hablar un idioma, tocar un instrumento, jugar al fútbol. Él aprendió a jugar al béisbol “satisfactoriamente” y de una manera informal cuando era niño, y a partir de esta experiencia puede extraer sus siete principios del aprendizaje:
  1. Juega todo el partido.
  2. Haz que valga la pena jugar.
  3. Trabaja las partes difíciles.
  4. Juega fuera de la ciudad.
  5. Descubre el juego implícito o escondido.
  6. Aprende del equipo… y de los otros equipos.
  7. Aprende el juego del aprendizaje.

 
Acercarse a la complejidad

El principal problema que encuentran los profesores para enseñar a sus alumnos planteamientos de cierta profundidad es su abordaje inicial. ¿Por dónde empezar para enseñar algo muy complejo? A menudo consideramos complejas cosas que no lo son, y, al revés, tomamos por sencillos ciertos aprendizajes: una coreografía, la resolución de ecuaciones lineales, la interpretación de una partitura, son habilidades difíciles de adquirir y que, sin embargo, son desarrolladas con naturalidad por muchos de nuestros estudiantes. ¿Cómo lo aprendieron?
Normalmente, los profesores fragmentan las cosas que quieren enseñar en elementos simples para hacerlas más “digeribles”. Un proceso complejo se descompone en sus elementos más pequeños, pero hasta tal punto que estos se convierten en fragmentos sin sentido, al perderse de vista el “todo” del que provienen. A esta enfermedad, que Perkins denomina elementitis, se le une otra: el empeño en enseñar información sobre las cosas, en lugar de las cosas mismas, que Perkins llama informatitis. Esto ocurre cuando, en vez de aprender a jugar al béisbol, enseñamos un montón de definiciones del béisbol.
La elementitis y la informatitis no serían tan graves si las compagináramos con las prácticas del juego “completo”. Si, tras una sesión de práctica del lanzamiento, del regate y del pase por separado, podemos jugar un partido de fútbol de verdad, entonces esa práctica aislada cobra sentido, y es incluso necesaria.
A esto es a lo que llama Perkins, en sus siete principios, “jugar el partido completo” y “trabajar las partes difíciles”. Lo primero es fundamental para no perder el sentido de lo que se está haciendo, además de para que se cumpla el segundo principio, que “valga la pena jugar”. Trabajar las partes difíciles es necesario para no acabar adquiriendo nuestros propios errores de manera indeleble.
Por ello propone como modelo de todo aprendizaje la “versión junior” de lo que sea que se quiera aprender. Del mismo modo que él jugaba un béisbol de patio de colegio, con menos integrantes en los equipos, menos bases y menos reglas, Perkins propone buscar “versiones en pequeño” de los saberes, procedimientos y habilidades que queremos que nuestros alumnos adquieran.
Jugar fuera de la ciudad
Esto implica contextualizar el aprendizaje, a la vez que “descontextualizarlo” en cierto sentido. Por contextualizar, entendemos integrar los “ejercicios”, las prácticas de cosas concretas (por ejemplo, el análisis morfológico o sintáctico) en proyectos-misión con un objetivo claro: por ejemplo, saber escribir un texto periodístico o literario correctamente o, incluso, planear, redactar y producir un periódico. Pero, a la vez, esto se consigue muchas veces sacando la práctica de su contexto habitual, lo que Perkins entiende como “jugar fuera de la ciudad” en su regla número 4.
 Perkins mostró a los asistentes un vídeo en el que una profesora de formación profesional, en una clase de física, proponía a sus alumnos un concurso. Por grupos, dejarían caer globos llenos de agua atados a una goma elástica desde lo alto del edificio de la escuela. Ganaría el grupo que más consiguiera acercarse al suelo son estallar el globo contra el suelo. Para cumplir su misión, los chicos podían practicar antes en el aula, donde toman medidas e intentan establecer las variables dependientes e independientes de la fórmula con la que trabajarán.
El éxito, al convertir un ejercicio de física tan rutinario como puede ser la resolución de problemas aplicando una fórmula en un auténtico experimento, puede cifrarse en varios logros: motivación intrínseca del alumnado, aprendizaje a partir de los errores (los alumnos eran capaces de detectar, a partir del comportamiento de su globo y con el apoyo de la profesora, los errores de cálculo o planteamiento) y aprendizaje pleno de la fórmula en cuestión. En esta actividad, los alumnos habían cumplido con casi todas las reglas del aprendizaje pleno:
  1. Juega todo el partido – Han integrado el cálculo algebraico en un experimento real.
  2. Haz que valga la pena jugar – Se han implicado y divertido en su aprendizaje.
  3. Trabaja las partes difíciles – Aunque no se ve en el vídeo, consistiría en detectar, por parte de la profesora, las principales dificultades del alumnado y proponer actividades centradas en esos aspectos.
  4. Juega fuera de la ciudad – Han aplicado conocimientos teóricos a una situación práctica real.
  5. Descubre el juego implícito o escondido – Aunque no se ve en el vídeo, consistiría en explicitar, por parte de la profesora, los principales pasos a seguir, los trucos y observaciones a tener en cuenta para el éxito del experimento.
  6. Aprende del equipo… y de los otros equipos – Los estudiantes, a partir de la experiencia de otros grupos, reflexionan sobre su resolución del problema.
  7. Aprende el juego del aprendizaje – Han reflexionado sobre el modo de resolver el problema y las principales dificultades que han encontrado.
 
IV Desafíos y libertad
Filosofar significa, en cierto modo, apartarse del mundo laboral. Este paso trascendente no sólo es condicionado por el origen, sino ante todo por la meta que consiste en adquirir, en la mayor medida posible, conocimientos acerca del sentido de nuestro mundo. Se basa en la creencia de que la auténtica riqueza del hombre no está en saciar sus necesidades cotidianas, “sino en saber ver aquello que existe.”"[20]

En este sentido, la filosofía no está reservada a los especialistas. Se podría decir que es un don y una tarea para toda persona. Por consiguiente, tendría que ser lo más normal del mundo comenzar conversaciones filosóficas, no sólo en la Universidad, sino también en las calles y en pleno centro de la ciudad. Pero ahí nos damos cuenta de algo curioso que, por cierto, se puede observar en todas las épocas y en todas las sociedades: ¡los filósofos, muy frecuentemente, son unos marginados! En este mundo del dinero y del éxito puede ocurrir incluso que inspiren en los demás un sentimiento de pena o de incomprensión.

Hemos visto que la filosofía, por su naturaleza, no es algo “comercializable”; se opone al mundo laboral. Por eso, muchas veces, tiene el estigma de lo raro, de ser un mero lujo intelectual, que tal vez se pueda tolerar, pero que también es ridiculizado. Con frecuencia, el filósofo no tiene los pies sobre la tierra. Admira el cielo estrellado, el diente de león y el mosquito. A veces lo hace por necesidad, por no poder soportar el mundo de lo cotidiano. Xantipa hacía que su hogar no fuera acogedor, y entonces Sócrates se subió al tejado de la casa, pues mirar el cielo estrellado era más atractivo… Pero si se mira al cielo, se puede llegar a andar por las nubes. Es, por decirlo de alguna manera, la “enfermedad profesional” del filósofo.

Existe, realmente, una cierta problemática: el filósofo, con suficiente frecuencia, no ve el mundo cotidiano. Mira al cielo –¡pero nadie puede vivir así constantemente! No somos espíritus puros. Tenemos un cuerpo, y hemos de comer, beber y dormir. Necesitamos un techo y una seguridad social. Con otras palabras, no nos basta sólo el “cielo estrellado”, sino también se requiere un espacio protegido, un hogar. También nos hace falta un entorno familiar, lo concreto, sentirnos acogidos y acompañados. Si todo el mundo se dedica a mirar el cielo estrellado, la vida se vuelve inhóspita. Cuando me duele la cabeza no quiero que nadie se quede mirándome, sin hacer más que admirarse y filosofar sobre “el mal de la enfermedad”; ¡deseo que me dé un analgésico! También es cierto que, sin la base material que hace posible la existencia física, nadie puede filosofar. Es difícil meditar sobre el mundo en su totalidad, cuando se está construyendo una casa, se tiene un pleito o se están preparando unos exámenes importantes; y mucho menos, si se está apremiado por el hambre o bajo los efectos de una enfermedad dolorosa.

La admiración no concede habilidades ni aumenta el sentido práctico, antes bien, admirarse significa “conmoverse”. Pero nadie puede pasarse la vida en la pura contemplación de la verdad. Pues el hombre no puede vivir, a la larga, tan sólo del sentirse conmovido. De hecho, al encontrar la verdad, surge el deseo de transmitirla; así puede nacer la figura del profesor de filosofía o del escritor filósofo.

De los comienzos (conocidos) de la filosofía occidental, nos es transmitida una anécdota bastante significativa: como Tales de Mileto paseaba contemplando el cielo, en una ocasión se cayó en un pozo. Una criada que fue testigo del hecho, se rió a carcajadas. Platón advierte al respecto: “El filósofo suele ser siempre de nuevo motivo de risa, no sólo para las criadas, sino para mucha gente, porque él, ajeno a las cosas del mundo, se cae en un pozo y se topa con muchos más apuros.” "[21] Este es el dilema del filósofo: vive en un mundo en el que sus coetáneos se orientan por aspectos pragmáticos como el dinero y el éxito; él, en cambio, se dedica a algo que se opone diametralmente a las ambiciones de estas personas, o al menos se puede decir que se dedica a algo que no es “útil”, no es “práctico”.

Lo que no es “útil”, no suele tomarse en serio. Pero esto sólo es un aspecto (el negativo) de la imposibilidad de ser comercializado. El lado positivo es la libertad que supone. Por un lado, la filosofía es inútil en el sentido de uso y aplicación directos. Por el otro, la filosofía se opone a ser utilizada, no está disponible para objetivos que estén fuera de ella misma. La filosofía no es “sabiduría de funcionario”, sino –como dijo John Henry Newman–, “sabiduría de caballero”; "[22] no es sabiduría útil, sino sabiduría libre.

Muchos se ríen del filósofo, pero él es libre. Por supuesto, es consciente de su situación, pero no le importa, ya que es independiente de lo que otros piensen de él. Platón, además, da la vuelta a la tortilla: los demás (“los hombres del dinero”) también se exponen al ridículo precisamente al perseguir unos objetivos tan poco nobles. Y cuando se trata de cuestiones esenciales, no saben qué decir, y entonces es cuando les toca reírse a los filósofos. "[23]

El concepto de libertad significa aquí, como hemos visto, la no disponibilidad para objetivos concretos. El acto de filosofar es libre en la misma medida en que no se remite a algo que esté fuera de él. Es “un quehacer lleno de sentido en sí mismo”. "[24] Se ve otra vez que el filósofo se parece al amante: tampoco es posible amar a una persona ¡para conseguir algo! Necesitamos médicos para diagnosticar enfermedades, necesitamos albañiles para construir casas, pero ¡no necesitamos filósofos para nuestras necesidades inmediatas, y tampoco para justificar nuestras acciones! Si un estado necesita filósofos para avalar la propia política, entonces la filosofía será destruida. Por el contrario, sí, los necesitamos para que nos ayuden a comprendernos a nosotros mismos, y a los demás.

Un filósofo, por tanto, suele vivir como un inconformista, a veces como un marginado, y puede ser considerado como un loco. Es alguien que no se deja engatusar, ni utilizar para unos objetivos estrechos, por ejemplo, para suministrar la ideología adecuada a un régimen totalitario. A la vez, está lleno de añoranza por la verdad. Su meta es captar los fundamentos de la existencia, y sabe que sólo lo conseguirá de manera muy imperfecta, aunque su esfuerzo sea muy grande. No es tanto una persona que ha conseguido con éxito elaborarse un concepto del mundo bien redondeado; es más bien alguien que está ocupado en conservar viva cierta pregunta, la que se refiere al último porqué de el todo de la realidad."[25] Sin duda se podrán encontrar una serie de respuestas provisorias a esta pregunta, pero nunca se podrá encontrar la respuesta definitiva. Es por esto por lo que debemos estar dispuestos a plantearnos esta pregunta constantemente y durante toda una vida. Darse por vencido, resignarse, porque nunca se va a encontrar la verdad en su totalidad, darse por satisfecho con cualquier solución que sólo puede ser provisional, y desistir de seguir preguntando, es señal de haberse convertido en un aburguesado. Filosofar significa precisamente la experiencia de que nuestra vida cotidiana, condicionada por objetivos existenciales directos, por supuesto es importante y necesaria, pero no basta: se puede y se debe conmocionar de vez en cuando por la pregunta inquietante por el sentido del todo.

V Una meta que abre nuevos horizontes

La capacidad de admirarse forma parte de las máximas posibilidades de nuestra naturaleza. Nos ayuda a darnos cuenta de que el mundo es más profundo, extenso, misterioso, bello y diverso de lo que le parece al entendimiento cotidiano. De la admiración nace la alegría, "[26] afirma Aristóteles. Esto expresa también el dicho castizo “tomarse las cosas con filosofía”: no significa tomarse las cosas con resignación, ni con gravedad, sino tomárselas alegremente. Pieper habla de la “intrínseca esperanza de la admiración” "[27] .

La persona que se admira no se queda encerrada en su pequeño mundo. Boecio escribió en la cárcel, y en aras de la muerte, su célebre libro “Consolación de la filosofía”. El enfoque interior de la admiración mantiene vivo el conocimiento de que la existencia es incomprensible y misteriosa, pero que también está llena de sentido. Y en la medida en la que se descubre el sentido de la propia existencia, puede experimentarse una felicidad profunda.

Cuando uno se dedica a la filosofía, se va acercando a la iluminación de la realidad. Y, aunque se alcance la verdad sobre la existencia, el hombre y el mundo, siempre se podrá profundizar más, ¡porque el saber cerrado y la filosofía se excluyen! (No se dan “recetas” en filosofía). Pues mientras más profunda y extensa se hace la comprensión, más aplasta la visión del campo inmenso de lo que aún queda por comprender. Por eso, el comienzo y el final de la filosofía están caracterizadas por el escuchar a la realidad, el silencio, la “contemplación”. El filósofo griego Anaxágoras respondió a la pregunta de para qué estaba en la tierra con estas palabras: “Estoy en la tierra para la contemplación del cielo y del orden del universo”. "[28] Se puede considerar como una respuesta religiosa.

Finalmente, la filosofía prepara y libera al hombre para la experiencia de Dios. Le hace capaz de “trascender” nuevamente. Desemboca en una verdad mayor, en la teología. Aristóteles no dudó en calificar la filosofía como “ciencia divina”. "[29] Y Wittgenstein, que tenía una cierta visión mística acerca del sentido de la vida, pudo afirmar: “El filósofo pregunta por el sentido. Sólo si se cree en Dios, se descubre que la vida de hecho tiene sentido.” "[30] Se puede descubrir un mundo cada vez más extenso y profundo. Pero tampoco entonces se encuentran “soluciones fáciles” o “soluciones hechas” para las grandes preguntas de la vida y, menos aún, sistematizaciones. Cuanto más se conoce el mundo, tanto más se percibe su carácter misterioso.

La filosofía, pues, se encuentra camino de una meta que nunca alcanzará por sus propios medios. “Sentimos que, aunque todas las preguntas científicas estuvieran contestadas, aún no habríamos tocado nuestros problemas existenciales,” "[31] dice Wittgenstein. Si comparamos la filosofía con la teología, aquélla sólo puede llegar a un conocimiento muy limitado. “Pero este poco que se gana con ella, no obstante pesa más que todo lo demás que se conoce por las ciencias” "[32] , afirma Tomás de Aquino. Por lo tanto, sólo se puede invitar a toda persona de buena voluntad a ser un filósofo, aún ante el peligro de ser considerado por nuestra sociedad consumista como un extraño, un inconformista o “loco”. Al fin, nos pueden animar las palabras de un autor contemporáneo: “Quien jamás tuvo un ataque filosófico, pasa por la vida como si estuviera encerrado en una cárcel: encerrado por prejuicios, las opiniones de su época y de su nación.” "[33] Quien no piensa por su propia cuenta, no es libre.
 
 

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